Durante una limpieza en el jardín - quité todo esto, que llamamos 'malas hierbas' y ¿porqué? - me acercé de espaldas a un cactus, y como no pudo ser de otra manera, me pinchó donde más nos duele. Dándome la vuelta para insultarlo, me dí cuenta de que solo quería defender su sitio en este jardín. Le hubiera empujado y probablemente hubiera caído de espaldas. Le rodeé y en lo más alto de su corona ví algo blanco, protegido a esta altura por largos y duros pinchos que cubrieron todo el tronco de unos dos metros hacía el cielo.
La curiosidad me hizo escalar el muro que estaba a poca distancia, para poder ver mejor este descubrimiento. Ha sido una flor. Pero no solo una flor normal y corriente, sino LA FLOR. Blanca, como la nieve que nunca ha cubierto estas tierras, con unos pétalos que acababan en pico, con un ligero tono de rojo en sus puntiagudos pétalos, protegiendo sus filamentos que van de un suave amarillo claro a un naranja pálido en sus bulbos.
Llevo años limpiando este jardín, pero nunca me fijé en este cactus. Quizás por eso me llamó la atención a su manera, algo brusca. Y lo ha logrado. Ahí arriba, lo mejor preparado para rechazar cualquier ataque e inalcanzable para los seres vivos, se expuso como una auténtica joya sobre su reino. Esta flor solo vive una noche. Por eso nunca noté su presencia, quizás efímera y volátil, pero sin duda plena de belleza.
Tanto armamento a tanta altura para proteger la Reina de una sola Noche. Que pobres somos los humanos. Llevamos años y años con distintos medios para mejorar nuestro aspecto, para camuflar una no deseada apariencia, para esconder nuestro envejecimiento, para querer tener una presencia envidiable durante el más largo tiempo posible. Y una simple flor tan bella se limita a enseñar toda su hermosura solo durante unas pocas horas y para colmo, abre su cáliz poco antes de anochecer, brilla con todo su esplendor escondido bajo el manto de la oscuridad y muere con los primeros rayos del sol del nuevo día.
No quiere mantenerse, ni lo intenta. No la hace falta público, ni aplausos, ni espectáculo. Vive una sola noche a lo más grande que se puede imaginar - para si misma.
La curiosidad me hizo escalar el muro que estaba a poca distancia, para poder ver mejor este descubrimiento. Ha sido una flor. Pero no solo una flor normal y corriente, sino LA FLOR. Blanca, como la nieve que nunca ha cubierto estas tierras, con unos pétalos que acababan en pico, con un ligero tono de rojo en sus puntiagudos pétalos, protegiendo sus filamentos que van de un suave amarillo claro a un naranja pálido en sus bulbos.
Llevo años limpiando este jardín, pero nunca me fijé en este cactus. Quizás por eso me llamó la atención a su manera, algo brusca. Y lo ha logrado. Ahí arriba, lo mejor preparado para rechazar cualquier ataque e inalcanzable para los seres vivos, se expuso como una auténtica joya sobre su reino. Esta flor solo vive una noche. Por eso nunca noté su presencia, quizás efímera y volátil, pero sin duda plena de belleza.
Tanto armamento a tanta altura para proteger la Reina de una sola Noche. Que pobres somos los humanos. Llevamos años y años con distintos medios para mejorar nuestro aspecto, para camuflar una no deseada apariencia, para esconder nuestro envejecimiento, para querer tener una presencia envidiable durante el más largo tiempo posible. Y una simple flor tan bella se limita a enseñar toda su hermosura solo durante unas pocas horas y para colmo, abre su cáliz poco antes de anochecer, brilla con todo su esplendor escondido bajo el manto de la oscuridad y muere con los primeros rayos del sol del nuevo día.
No quiere mantenerse, ni lo intenta. No la hace falta público, ni aplausos, ni espectáculo. Vive una sola noche a lo más grande que se puede imaginar - para si misma.
Me gusta esta flor, la 'Reina de la Noche'.
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